domingo, 16 de mayo de 2010

La libertad.

Para José.
Llevaba mucho tiempo insistiendo una y otra vez, pesado y machacón, para que su madre le dejara salir a dar una vuelta. “¡Pero, José, hombre, qué cosas tienes, sabes que no puedes salir tú solo, ten paciencia, hombre, ya llegará el momento! ¡Además, ahora hace un tiempo horroroso, ¿qué quieres, resbalarte y caerte y que luego sea peor?! ¡Es que te pones muy bruto, José, muy bruto, pareces un niño chico!”. Y José movía la cabeza enfadado, sabiendo que, en el fondo, su madre tenía razón, aunque le fastidiara.
Como todo llega tarde o temprano, llegó la primavera y, con ella, el buen tiempo. José arreció sus intentos de fuga, pero nada. Tanto mareó a sus padres que idearon la forma de dejarle salir y seguirle de lejos sin que él se diera cuenta. Relajaron la vigilancia, le contestaron con ambigüedades hasta que, por fin, consiguió escaparse aquella espléndida tarde de finales de mayo.
Veloz y asustado, llegó a un rincón escondido de El Soto. Junto al fresno más frondoso, ancló su silla de ruedas con una goma del sillín de la bici de su hermano y con un gran esfuerzo para bajar se sentó en el suelo. Se peleó con los cordones de sus botas y se las quitó sintiendo el delicioso frescor de la hierba en sus pies desnudos. Hasta la brisa que acariciaba su cara, la sentía ahora más maravillosa que nunca. “¡Al fin – gritó con alegría contenida, como si alguien pudiera oírle – soy libre!”, mientras las flores silvestres se le enredaban entre los dedos y los pájaros entonaban con él un glorioso y triunfal: “¡Aleluya!”.
c) Ana Roncero.

1 comentario:

  1. Precioso relato. Me gusta mucho, Ana, es una maravilla. A ver si lo publicas.
    Besos.

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